Diario San Juan

¿Dónde es tu escondite favorito? Lee el mensaje detrás de esta tirada al final de la entrada del diario.

3.25.23

Hoy limpié mi nevera. Todavía quedaban cuatro manzanas verdes de la primera compra que hice cuando dejé a mi pareja. Una se descartó. A la otra, le corté la corteza y la probé. No estaba mal. Las otras dos volvieron a la nevera y terminaron en una batida. Encontré que la fuente del olor más salvaje venía del fondo de mi nevera.  Era un pimiento amarillo que se había convertido en una sopa naranja que se mecía plancenteramente dentro de una bolsa de vegetales, acompañado de un un brócoli a medias que compré en Supermax. 
Pensé que lo que más me daría asco sería lo que sobró de la sopa de pollo que me hice cuando me enfermé a los dos días de Daniel irse para el sur. Daniel no es mi pareja, pero tuvimos un romance fugaz de 12 días. Un magnetismo que sobrepasó mi pasada relación de 6 años, 2 meses, 15 días y aproximadamente 3 horas. Era la primera vez en mucho tiempo que me enfermaba sin tener a alguien a mi lado. Luego de un día a pura agua y las Kardashians, me compré los mejores vegetales que tenían por PRoduce y pedí un pollo del país. Al pasar el mes de residencia en mi nevera, estaba confiado que mi proyecto de feria científica estaba corriendo bien. Comprobé la hipótesis de que la sopa iba a durar mucho - porque la había hecho sin productos artificiales- y apliqué la ley de no ser un puerco y evitar meterle la misma cuchara dentro del recipiente por más de una vez. Neurosis críticas, firmemente certeras. 
Esa sopa fue la última cosa que tiré a la bolsa de zafacón. No apestaba. Era una gelatina color agua turbia. Un aspic hermoso, digno de estrella Michelín. Hasta tenía dos puntas de muslitos sobresaliendo del tupper de cristal. Ojo, el tipo de envase dónde se guarde todo experimento es fundamental en estos casos.
Desayuné crispy polenta con ensalada de mostaza, atún con cebolla lila y una de las últimas manzanas que quedaron del divorcio. Rico. Lo cociné con la polenta express que me sobró de anoche. Mi ritual es este: Hago mi cama todos los días. Escribo. Hoy llevo puestos los pantis negros que dejó aquí Marcela Gutierrez y que ahora son mis calzoncillos favoritos. Son negros, sencillos, parecen un slip de chico pero la textura es más suave. No asfixia mis huevos. Estoy sentado en el mat de yoga en posición de loto. La laptop se tambalea sobre la montaña de ropa interior limpia que lleva desde el domingo en el diván. 
Es mi primer día libre luego de 8 días de trabajo en dos comerciales de televisión. Antes de eso, estuve tres meses atendiendo los nervios de la incertidumbre laboral. El proceso implicó tomar largas caminatas, escribir, nadar y hacer ejercicios. Me he convertido-  en cierta manera - en el padre de mi niño interior. Claro, no todos son momentos zen. Se llora a menudo. Se va a las trincheras de los pensamientos a dialogar y comenzar el proceso de negociar con lo que me sirve a mi.
Además de ser guía turístico, manejar airbnbs (terrible, nunca lo hagan), vestuarista, editor, ghostwriter y dogsitter, ahora soy bartender y a veces, tarotista. También, he decidido retar mi proceso como escritor al comenzar a escribir Diario San Juan.
En el 2017 comencé a hacer journaling y nació un hábito sanador de escritura mañanera. Pero dentro de mi intuición desde hace ya mucho tiempo, había una voz diciéndome que tenía que empezar a bajarle el volumen al romanticismo y comenzar a abrazar con locura al ruido del futurismo distópico y del ahora apocalíptico.

3.26.23

Cuando no eres de San Juan, vivir en la Capital es fascinante lleves lo que lleves. Nací en Arecibo, un pueblo a 45-55 minutos al noroeste de San Juan. Llegué acá en el 2001 para estudiar en la UPI. Estuve fuera (de la isla) del 2008 al 2015 y en el 2016 me convertí en residente de Santurce. Últimamente quiero pasar más tiempo en mi pueblo, aunque el glamour de la vida de mis abuelas ahora son recuerdos que transito a través de sus vajillas. Ya no hay cuentas abiertas en el González Padín de Arecibo Mall, ni viajes a mitad de semana para comprar joyerías en boutiques con interiores de lujo, al estilo parisino en el Viejo San Juan. 
La opinión popular es que San Juan es pequeño, un catre dónde todo el mundo se ha acostado con todo el mundo. Para mi es lo opuesto. San Juan puede ser un lugar inmenso dónde puedes desaparecer cuando simplemente empiezas a vivir la vida a tu bola. Abandonas tu coffee shop por otro o simplemente dejas de salir porque no hay tanto dinero para tirar en un desayuno de $17 sin propina, con ivu. 
Hace unos domingos cenaba con mi amigo Randy - un estadounidense que vive en Ciudadela - , su amigo que es uno de los maquilladores de Rauw Alejandro y su bff: un bro bello que es parte del equipo nacional de fútbol de Puerto Rico. El maquillador, un chico encantador, colombiano-puertorriqueño, me pregunta cuántas personas viven en San Juan. Le comento que la última vez que verifiqué eran 2 millones pero intuía que ahora éramos menos. Entramos a Google y la nueva cifra oscila entre 300 mil a un cuarto de millón de habitantes. No pude terminar el ribeye que invitó Randy. Pedí un to-go. La fuga es real. El golpe fue duro. De repente, me llegó la memoria de mis primeras semanas en San Juan, fresco en la Loza, cómo le decía una de mis abuelas. Conducía mi Volvo 244 verde menta del 85, bajando el bloque entre la Roosevelt y Popular Center, en dirección hacia Sagrado Corazón, y lo único que recuerdo es estar perdido en la Milla de Oro, sobrecogido por el mar de gente que subía y bajaba y cruzaba entre los carros como gacelas salvajes, rebaño de la última coleta del Wall Street criollo de antaño. Las filas ya no son tan exageradas (a pesar que el servicio cada vez es más lento, yo incluido). En Plaza puedes caminar el 24 de diciembre. Los únicos enjambres salvajes ahora son en los ascensores de Wal-Mart. No estamos preparados para el armageddon.  
¿Cómo se maneja una ciudad después de una relación? ¿Cómo me muevo? ¿Cuánto tiempo me escondo? ¿Cuánto tiempo tengo para descojonarme? ¿Cuánto tiempo más quiero estar por mi cuenta? ¿Cuál es mi nuevo dating age range? ¿Tendré que ser más top? ¿Cuándo voy a comenzar a asumir mi rol de daddy cuarentón? Wow, cuarentón. Pesa. Pero de buena manera. ¿Y si ya no quiero desaparecer y/o esquivar? Si quiero estar ahí con todo el mundo, ¿qué hago?  
Se hacen un cojón de cosas. Se va a terapia. Se llora. Se llora cuándo te dé la gana, dónde te dé la gana y con quién te dé la gana. Llora. Llora mucho. Llora mientras conduces cantando una canción triste. No necesariamente tiene que ser una cortavena de una diva de los 80. Chicos y chicas, sí, es posible dejar de cargar el sufrimiento ancestral de la madre que le han pegado los cuernos. Ella no eres tú. 


3.28.23

Unos días antes de mi cumpleaños, me levanté con un ataque de pánico. No me daba uno desde el 2013. Al escribir sobre esto comienzo a sentir sus síntomas. Se va trincando el pecho. La respiración cada vez es más corta. Se siente que estás comenzando a tirarte por un tobogán interminable. Un vacío incierto que, retorcidamente, te abraza. Se calienta el cuerpo. Pero comienzo a respirar, sé que estoy en un momento incómodo y que todo está bien. Que en unos momentos, esto va a pasar. Comienzo a ser como un narrador en mi cabeza, “ah, mira ahora vas a tomarte una batida. Hoy es martes. Es la 1:11 PM.  28 de marzo. Estás frente a tu computadora.” Quizás tú, querido lector, estás frente al teléfono. 
Saqué la fuerza para pedir ayuda. Me cuesta mucho pedirla. Pero en ese momento, tenía que dejarle saber a alguien de mi círculo más cercano (y preferiblemente, la persona que viva más cerca) que no estaba bien. Que mi mente me estaba traicionando y tenía que salir de mi casa. Que me llamara tan pronto pudiera. Me puse los shorts de mi ex y la camisa de flores de mi padre. Caminé a mi escondite favorito, escuché y lloré alguna canción triste de camino al parque del Museo de Arte de Puerto Rico. 
Me sentía defraudado porque un plan que tenía firmemente intencionado, se derrumbó. Tenía que ser realista, ya no iba a viajar a Argentina para cumplir 40 y encontrarme -  como en la fuerza del destino de Mecano - a Daniel en el Obelisco de Buenos Aires. No me averguenzo de mi peli interior y tú tampoco deberías. La era de pedirle a mis padres pasajes de avión por amor y desamor caducó cuando regresé huyendo de Nueva York. Algunas promesas que se hacen despidiéndote de la persona que te gusta en este momento en el aeropuerto no suceden y eso está bien. Y en la conversación con Manena, abrazado por el jardín de bambúes del museo, me di cuenta de que lo que más quería era ver a mis padres. 
Luego de componerme, regresé a Café Comunión y conocí a un chico palestino irlandés que terminó regalándome una taquilla para el concierto de Karol G después que lo invité a la filmación de un vídeo de reggaeton en La Parroquia. Los ojos se encontraron y aunque por dentro era una pasa, algo vimos que nos cautivó directamente al friendzone. 

3.30.23

Me perdí el comienzo del concierto de Karol G. El uber me dejó al final de la primera canción. Llegué tarde porque al llegar al estadio me di cuenta de que se me había arruinado la camisa de lentejuelas azules que me compré en Escarcha. Me encabroné. No quería ayudar a mi vecina y me sentí emboscado. Estaba justo al momento de salir cuando me llegó una mensaje de socorro para ayudarla a subir su nueva trotadora. Sabía que ayudarla iba a ser un error. Cuando tengo prisa, me voy en autopiloto. Me pongo un poco insoportable. My way or the high way. En mi mente de producción 24/7 trato de saber que - aunque corra un poco tarde - llegó justo al momento. No somos la isla de la puntualidad. No sé de quién es esa culpa ancestral.


Regresé a mi apartamento cómo en 8 minutos. Podía oler las gomas quemándose. Sabía que no estaba bien conducir así de a lo loco. Tiré puertas. Subí corriendo a mi apartamento. El tóxico salió a pasear por un rato. ¿Cuándo fue la última vez que pasearon a sus tóxicos, tóxicas y toxiques? 
Leí en el holistic psychologist que cuando tenemos coraje, es porque nuestros boundaries están siendo sobrepasados. Se ha roto la confianza. Hay cosas que bien adentro sabes que simplemente no quieres hacer porque no es el momento. Como por ejemplo, cuando escribo desnudo, no quiero interrumpir mi tren para vestirme, hacer small talk y subir una caja de agua embotellada que lleva días marinando microplásticos bajo el sol del Caribe. O de la nada, tener que salir corriendo a buscar a alguien, cuando estaba en una de las últimas citas que tuve con mi ex. Justo el día que me reclamó que estaba abandonando nuestra relación por dedicarle demasiado tiempo a uno de mis sueños. Sí. Era verdad. Estaba dando toda mi energía a Art Papi y a mi equipo.
Creo que lo que más me dio coraje fue que dije que no podía, que quería esperar a la mañana y me insistieron en el servicio de concierge. Ojo. Mi vecina no es una vieja. Es una persona en sus late 30s. A la vuelta, la llamé y le dije que se había arruinado mi camisa. Recibí frialdad. Nada de “te la mando a un sastre”, “te la reemplazo”. La respuesta a mi cólera fue, “me hubieses dicho que no podías.” Pero lo dije. Repetidas veces. De distintas maneras. Un golpe bajo de petit reverse gaslighting. Ellas también lo hacen. Duele tener quiebres con amistades. Pero mis límites habían llegado a un basta ya. De regreso al Bithorn, el uber blasteaba Don’t Speak de No Doubt.
Caminé a la entrada principal y me informaron que la entrada VIP era al otro costado del estadio. Dos boomers, tambaleando en tacas y vestidas de buenas telas metálicas me dijeron que ellas también iban para allá, que si las podía acompañar. No podía seguir rescatando a damsels in distress. Dije que no y salí corriendo.
Te lo pongo en perspectiva - Si has estado en el Corte Inglés de Plaça Catalunya, imagínate que tienes que correr hasta el Starbucks que está en el FNAC. ¿New Yorker? Tienes que correr desde el billboard de Calvin Klein en Soho hasta el Angelika Film Center. Una puta longa.  Lo bueno era que no había hecho ejercicios ese domingo y aproveché para joggear. Llegué a la entrada VIP. No había un alma. Un conserje me dijo que la entrada de VIP 2 estaba al otro lado del estadio, al lado de la entrada general. Osea, tuve que regresar al Corte Inglés y al billboard de Calvin Klein. En la entrada VIP 2, un jevo con mala leche me dijo que no tenía la banda rosita para entrar. Qué badtrip son los jevos haters. Estaba decidido, iba a entrar a este concierto, puñeta.
Me giré e hice otro lap a la entrada VIP. De camino me encontré con dos colegas, les di besos y un update de un sopletón “lleguetardepuñetanotengomibandalasveoluegobye!!” Regresé a los conserjes y me dijeron , “Sube por cualquiera de las rampas, busca a un ujier. Tienen camisas negras. Te van a ayudar.” Subí. Ví a una señora diminuta con su camisa de ujier. Nos gritamos porque era la única manera de comunicarnos entre los chillidos de los fans, Karol G y algún tipo de pirotecnia. “VENTE. VAMOS A BUSCAR A MI PRIMO. ÉL ESTÁ TRABAJANDO EL VIP.” Todo boricua tiene un primo que abre caminos. La señora me agarró de la mano y caminó rápido. Eso me gustó. Llegamos a la entrada VIP 1 y le hizo el cuento al de seguridad. Entramos. Pensé que me soltaría y podría salir corriendo al rebaño pero no lo hizo hasta que estuvimos adentro en la marea de arena. Cuando al fin me soltó para textear, vi que le escribió a alguien “ME DUELE TODO EL CUERPO. NO PUEDO MÁS.” Le pregunté si me podía ir. Le di un abrazo de agradecimiento. No recuerdo su nombre.
Karol G estaba muy mona. Vi dos cambios de ropa. Tiene el pelo rojo cómo Shakira en su era de ¿Dónde están los ladrones? La estética del concierto era muy al estilo de Un verano sin ti - caribe pop naif. No conocía mucho su música pero caí rendido ante su carisma y cómo le brillaban los ojos con el agradecimiento de una estrella de música que está todavía fresca en el juego. Entre dos canciones, Karol G menciona que por un tiempo la estuvo pasando mal y que soltar la capucha de “todo está bien” fue lo mejor que pudo hacer. Me bajaron lágrimas porque, honestamente, desde finales de noviembre hasta ese fin de semana la había estado pasando bastante mal emocionalmente, aunque lo enmascaraba con alegría, bailoteo, abrazos, mucho cannabis y muchos hongos. Todo bien, todo bien. Para usualmente llegar a casa e ir directo a la cama a llorar por la incertidumbre de cómo voy a reparar amistades, qué productora me va a llamar para trabajo y viajes a diario a mi buzón esperando las postales que Daniel me dijo que me enviaría desde Colombia, Brasil y Argentina.
Segunda catarsis. Los padres de Karol G estaban en el concierto. El plan de cumple se cuajó. Voy o voy o voy a pasarlo con mis padres. San Juan es una maravilla pero en el tren de producciones, reuniones y reuniones que quedan en la incertidumbre para mi revista, se me escapa llamar porque ando muy ocupado con el balanceo de una nueva vida, abrazando la soltería.
Fui a Arecibo para mi cumpleaños. De camino me la pasé cantando canciones felices en mi carro. No hubo bizcocho y no hizo falta. Almorcé con mi tía. Tomé una siesta de dos horas en mi habitación, llegó mi madre, una vecina y eventualmente mi padre. Luego regresé para San Juan porque Manena y Camila orquestaron un petit comité con bizcocho de supermercado en Hermanos Lucca. Al siguiente día, me llamó mi ex novio de Barcelona. Cumplimos un día detrás del otro. No hablábamos hace 13 años. Estuvimos 3 horas catching up. Le tiré las cartas. Quizás les cuente de esa llamada en algún momento.
Art Papi es un gran confesionario dónde mis escritores y yo encontramos un lugar dónde expresarnos sin tapujos y sin el sensacionalismo de la prensa corriente. También es un lugar dónde la escritura es libre. No esperamos la validación de un profesor ni estamos pasando una prueba. Los panfletos bregan para abanicarse. Simplemente somos.
Miguel Figueroa
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Lectura de tarot:

Vienes de un momento de compartir tus riquezas pero ojo con quién compartes tus cosas. ¿Quién está hustling de veras y quién anda con el lloripari de estar sin un duro cuando en realidad no es cierto?

Estás en un momento de celebrar con tu gente. Te lo has ganado. Cuida tu tribu. Pero viene un camino dónde hay que atravesar un duelo por cosas que ya no están. Está bien. Atiende esa pena. Enfócate en las copas que te quedan. Ahí está tu fuente de abundancia. No olvides que a veces hay que marcharse para proteger tus cosas. El camino vale la pena. Las cartas que parecen catastróficas son unos llamados a la transformación. Aprovecha esa ventana.

Escucha aquí las canciones de esta entrada de Diario San Juan.

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