Ante la pena, lentejuela

La escritora, Carola García López, homenajeando a su abuela Alicia, durante las funciones de Blanco Temblor. Foto de Raquel Vázquez via El Nuevo Día.

Episodio III
La matemática del caldero





“La Temporalidad es una construcción” dice el personaje Marina del Mar en mi última obra de teatro, Blanco Temblor. Para muestra un botón: un segundo lunar no es igual a uno terrenal.  El pasado domingo en Puerto Rico celebramos el día de las madres. En la República Dominicana se celebra este Domingo 28 de mayo y en España, donde viví hace tres lustros se celebra el primer domingo del mes.

En España no es un día tan importante como en nuestro Caribe. En mi anterior episodio relataba que mi Madre odiaba estas fechas entre otras cosas porque sentía que la compraera desmedida lo que ocultaba era la falta de atención y cuidado de las Madres en cuestión y que todos los días deberían ser de las madres en todas sus versiones: Madres biológicas, madres adoptivas, mamagüelas (las abuelas madres que en Puerto Rico son un montón) madres tías, madres putativas, madres perrunas o gatunas, madres trans y madres madrastras. No me gusta esa palabra. Es inevitable acordarme de la malvada madrastra de La Cenicienta.

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((Paréntesis Líquido)) 

Mi Abuela Alicia contaba el cuento de la Cenicienta como nadie. Quienes me conocen bien saben que mi ser artístico se forjó entre los embelecos de Misis Acosta, maestra de la escuela pública del pueblo de Toa Alta quien montaba unos pesebres, y organizaba los días de la puertorriqueñidad, dignos del Metropolitan Opera House en miniatura.

Abuela era adicta a las telas, los encajes, los volantes y cualquier otro chunche que habitara en la piel. Carlota Matienzo y esas legiones de costureras maravillosas que poblaban nuestros pueblos le confeccionaban a su hija, es decir mi madre, trajes, conjuntos a medida y hasta pijamas con encajes de Bruselas que todavía conservo. Cada traje tenía su cartera y sus zapatos. ¡Qué maravilla le decía a Mama/Lolín/Lola/ Lolyn cuándo me enseñaba esas piezas! Pero ella también odiaba tanto el embeleco y el derroche de recursos con el raquítico sueldo que tienen les educadores en las escuelas públicas de este cabrón país.

Dama a caballo de José Campeche, 1785. Conoce más sobre la obra aquí. Imagen via el Museo de Arte de Ponce.

Cuentan que cuando el río crecía, abuela Alicia, pedía que la llevasen en caballo para seguir el proceso de alfabetización de las personas que vivían en lugares remotos y con el río alborotado no podían llegar al pueblo a estudiar. Abuela Alicia nunca aprendió a guiar y se sentaba de lado cual Dama a Caballo de un cuadro de Campeche, con aquellos gowns dignos de La Borivogue.

Abuela Alicia contaba la Cenicienta como nadie porque no había un baile sino tres en su versión!!!! Tres bailes donde la Cenicienta llegaba cada vez con un traje más hermoso que el anterior. La Gala del Met y sus comentaristas (que para mi gusto cada vez está más whatever) es un party de marquesina al lado de las detalladas descripciones que abuela hacía de los trajes y decoraciones de los ágapes principescos.

Todavía puedo escuchar su voz y recordar sus gestos en mi memoria, describiendo los trajes en detalle, los gestos de los personajes, las hermanastras de Cenicienta tratando de que sus pies cupiesen en el contrallao’ zapatito de cristal, poniéndose cremas y cortándose dos dedos…. En este punto el relato de Abuela Alicia se tornaba de horror digno de Poe o de Quiroga y yo encantada, embelesada… ¡Cómo te extraño Abuela, cómo evoco tus locuras en las mías!

((Cierro Paréntesis Líquido))
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Volviendo a la temporalidad y las celebraciones maternales, tengo que confesar que el arroz con maíz, el gazpacho andaluz y el ponceño me quedaron de shouuu!!!!!! La comadre y sus dos madres, nuestras hijas y los progenitores pasamos una tarde verdaderamente bonita de conversaciones, complicidades y risas. Hace tieeeemmmmmpoooo no pasaba un Día de las Madres tan bonito, recordando a la mía en cada instante…

Ahora, acabé…. ¡Agotada! Cocinar para 8,10,12 bocas no está nada fácil. A mi me encanta cocinar pero siempre lo hago pa’ dos tres o como mucho cuatro personas. Calcular las medidas, los ingredientes, y empaquetar bien el caldero para que no se escocotara en el carro me dejaron muerta como decía Mama. Fue inevitable pensar en las innumerables mujeres que a diario cocinan pa un batallón.

Pieno en los calderos dominicales de nuestras playas, las que quedan que podemos acceder sin pagar, puñeta!! Dónde se multiplican las naves extraterrestres de arroz con pollo, los hibachis y las demás suculencias pa’ alimentar familias, panas y uno que otro aprovechao. Me quito el sombrero y toda la ropa con respeto y admiración por esas manos que día a día alimentan nuestros chichos. Sinceramente, como dice mi amiga Josefina, no creo que se agradezca y reconozca el esfuerzo monumental y subatómico de los calderos nuestros de todos los días.

Gracias a esas manos y gracias a esas pupilas que me leen, les amoro!!!!!!

Y como les escribo desde la República, a todas las madres dominicanas ¡Felicidades!

Carola García López

Lee el primero y segundo episodio de Ante la pena, lentejuela.

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